Comitán, un viaje a los recuerdos

Mi bisabuela, la abuela materna de mi papá nació en Comitán. No sé bien, pero habrá sido por ahí de 1908, según mis cuentas. Yo siempre supe de sus raíces comitecas y en sus pláticas mencionaba a La Trinitaria y a Las Margaritas. Sus regionalismos y su acento me hacían rabiar cuando tenía 9 años y luego se convirtieron en mis más grandes tesoros, en parte de mi identidad chiapaneca, de la que todos saben me siento orgullosa. La abuela Amalia murió en 1994, a la edad de 86 años. Entonces me olvidé de ella por varios años. Fue hasta que busqué mi tema de tesis cuando la recordé y partiendo del recuerdo de sus regionalismos inicié una investigación lingüística que me permitió conocer más a mi pueblo, a mi gente. En 2005 llegué por primera vez a Comitán y fue como un sueño, como una regresión en el tiempo. Sentía que las calles de Comitán habían sido pintadas en mi imaginación por las palabras de mi bisabuela. Vi las melcochas que ella hacía, en canastos de vendedoras de dulces, en las que yo veía nuevamente a la abuela. Probé el comiteco, el chinculcuaj (o como se escriba), el hueso, el dulce comiteco, panes compuestos, tortas comitecas... y me sentí como espíritu antiguo que regresa a su casa y cree reconocer cada una de las cosas que se posan frente a sus ojos. Fascinada por esa sensación platónica me enamoré de Comitán, y ahora que acabo de volver y me encuentro en esta ciudad de siempre, a la que conozco tanto; siento la necesidad de decirle a todos que busquen en otros rumbos, donde no han estado; quizá por ahí, algún día nos hallemos.

Y aquí abajo les dejo una muestra de la tradicional cocina comiteca, nada más para que se antojen, y les recomiendo que en cuanto puedan prueben estos manjares porque son realmente exquisitos.

Hueso

Chinculcuaj