Escrito por el Dr. Ricardo Cuéllar Valencia
Charles Baudelaire (París, 9 de
abril de 1821- París, 31 de agosto de 1867) es el fundador de la poesía
moderna, en prosa y verso, de la crítica moderna de pintura y el primer lector
esclarecido y traductor al francés de Edgar Allan Poe y autor de un trabajo
sobre el norteamericano que le permite establecer las afinidades entre los dos
escritores de manera sustantiva y decisiva para la propia poesía moderna.
Antes que los movimientos de
vanguardia de los siglos XIX y XX Baudelaire veía las relaciones entre la
danza, la música, la pintura y la poesía. En su temprano texto La Fanfarlo,
publicado en enero de 1847, escribió: “Sólo a aquellos a los que la música proporciona
ideas pictóricas pueden comprenderme. La danza puede revelar todo lo que de
misterio oculta la música, y tiene, además, ser humana y palpable. La danza es
la poesía con brazos y piernas; es la materia, graciosa y terrible, animada,
embellecida por el movimiento”. La crítica literaria y pictórica desde
principios del siglo XX ha enriquecido estas apreciaciones del poeta francés.
EL POEMA EN PROSA. Desde Horacio
hasta Boileau se entendió la relación contenido-forma como algo indisoluble. La
forma debía ser adecuada al contenido; el contenido debía corresponder a la
forma elegida. Horacio afirmaba que las formas habían sido establecidas de
acuerdo a los temas de la comedia, la tragedia, etc., según había indicado
Aristóteles. Boileau escribió en el siglo XVIII: “Que siempre en cualquier tema
que se trate, sea divertido o elevado, se hermanan el recto sentido y la rima…
la rima es una esclava y no tiene más que obedecer”. A fines del siglo XVIII varias doctrinas literarias
románticas no sólo contra el inquisidor poder de la razón (loado por Boileau:
“Amad la razón”) si no que entienden la necesidad de la destrucción de la
pareja forma y esencias poéticas. De suerte que cada una seguiría su camino en
tanto triunfa la idea de que la poesía no se reduce a ninguna forma previamente
establecida por la retórica. En especial la historia de la lírica francesa da
cuenta de su “constante esfuerzo por destruir los marcos tradicionales de la
poesía y abrir nuevos cauces expresivos: anulación de las reglas clásicas, de
la métrica y la rima, destrucción de la construcción “noble” del estilo poético
y de la lógica gramatical común” (J.A. Millán Alba).
Millán Alba apoyado en los
estudios de S. Bernard sobre el poema en prosa, desde Baudelaire hasta nuestros
días, destaca cinco principales rasgos que en Francia lo hacen un género
literario:
1. Necesidad de “encontrar una
lengua” (Rimbaud) original que responda a las necesidades del lirismo moderno,
en tanto se trata de dejar atrás el mundo de lo celestial.
2. Voluntad deliberada de hacer
poesía en prosa, lo cual obliga a delimitar las fronteras entre ésta y la prosa
poética, y conllevaría, por lo tanto, la creación de unas “formas” inherentes
al género, todo lo fluctuantes que se quiera, pero, a la postre, codificadas como
literatura. Voluntad, por tanto, de construcción de un poema.
3. Principio de la “unidad orgánica” del mismo,
en virtud del cual el poema en prosa se concibe como un universo cerrado en el
que todas sus partes contribuyen a su conformación como poema y sólo como tal.
4. “Gratuidad” del mismo, en el
sentido de que sus distintos fines -narrativos, descriptivos, reflexivos- no
trascienden el poema en prosa.
5. Brevedad; y brevedad
sintética, por lo cual quedarían por fuera de su ámbito los largos desarrollos
tanto narrativos como poéticos.
Baudelaire, fundador moderno del
poema en prosa reconoce a Aloysuis Bertrand (20 de abril de 1807 en Ceva,
Piamonte, Italia - 29 de abril de 1841 en París) como el iniciador del género y
dice en la dedicatoria a Arsène Houssaye (28 de marzo de 1815 - 26 de febrero
de 1896, novelista, poeta y literato francés) publicada en 1862, “se me ocurrió
la idea de intentar algo parecido”. Lo que Bertrand había logrado en Gaspar de
la Noche “aplicado a la vida antigua”, nuestro poeta desea llevarlo “a la
descripción de la vida moderna y más abstracta, es decir, a un tipo de vida
dentro de la sociedad moderna, fecunda como París en “asuntos poéticos y
maravillosos”. La modernidad de Baudelaire es urbana, cuya realidad se expresa
en dos órdenes: 1. La realidad cotidiana de la ciudad: las multitudes, parques
y jardines, los tejados y buhardillas, las luces de cafés y cabarets y 2. La
diario realidad de los personajes, “sometidos por el imperio de lo cotidiano,
con su enorme fuerza y sus requerimientos, tan apremiantes” (Millán Alba), de
los parias y solitarios trashumantes, donde se establece en mundo de la
diferencia y el sórdido aislamiento. Se trata del surgimiento de la conocida
poesía urbana.
Es necesario destacar que lo
indicado es la parte objetiva, aquello que unifica los poemas en prosa de
Baudelaire. La subjetivo, que también unifica los textos se puede entender en
la definición que el poeta escribió sobre el arte: “una magia sugerente que
contiene, a la vez, al sujeto y al sujeto, al mundo exterior y al artista
mismos”. En este planteamiento baudelairiano Millán Alba reconoce la innovación
fundamental del escritor francés para la lírica moderna al proponer y lograr la
“fusión del paisaje interno con el externo”, preexistente, anota el
investigador, en Víctor Hugo y en Nerval, pero, ahora, elevado a un rasgo
estético. Este es un avance decisivo para los surrealistas saltar al “dominio
del paisaje interior del sueño”. Tema que amerita tratamiento especial.
Recuérdese que “poemas en prosa”
se llamó a algunas novelas y epopeyas del siglo XVIII, frecuentadas en prosa
poética, teniendo como modelo el Telémaco (sátira de la era barroca, escrita en
1695 o 96 y publicada entre 1699 y 1717) de Fenelón, obispo aristócrata francés
que se ocupa en esta obra de la historia del hijo de Odiseo, cuyo fin literario
del escritor era el de educar.
Pero es con Aloysius Bertand como
bien lo demuestra Millán Alba con quien el poema en prosa logra su
configuración literaria. Aloysius Bertand funda una “Estética de la sugerencia”
que será determinante en el tratamiento del género que lograrán más tarde
Baudelaire, Lautréamont y, principalmente Mallarmé. Cuatro son los aspectos que
caracterizan la “estética de la sugerencia”. Como sigue los enuncia Millán Alba:
1. La aplicación del postulado
por el cual la sugerencia procura mayor fuerza expresiva que la expresión total
y directa.
2. Favorece una economía de
medios que redunda en favor del carácter sintético del poema.
3. Obliga a una conciencia
estética muy acusada: el poema en prosa ha de ser construido; y su arquitectura
radica en el valor concedido a la palabra. Para Bertrand, como más tarde para
Mallarmé, el acento expresivo recae sobre los términos y sobre su poder de
sugerencia (consideración, por tanto, prioritaria del sentido y lo sonoridad
del término); sobre el lugar que ocupa en la frase y, finalmente sobre las
relaciones que mantienen entre sí.
4.Tiende a suprimir los períodos
de transición entre las distintas fases de la acción y a potenciar los silencios
(espacios en blanco) entre las distintas estrofas.
LA IDEA DE BELLEZA. Baudelaire no
creía en la inspiración romántica. Con una visión completamente diferente y
nueva se refiere al “trabajo continuado” y opone a la contemplación pasiva el
“contemplar con alma de fuego” (Bachelard) dado que entendió el oficio como
como “el ejercicio constante de la voluntad y de la asidua nobleza del
propósito”. Alucinado y visionario supo crear para su uso un “jardín de belleza
auténtica”. En “Himno a la belleza” Baudelaire concibe la belleza nacida de un
doble movimiento: como algo celeste o emergente del negro abismo; su mirada de
la belleza le permite establecer otra dualidad, la del ocaso y la aurora.
Retoma la tradición y la redefine. Para Baudelaire no es como para su
contemporáneo, Chateabriand, un “ideal moral”, o la fecunda unión “de lo
grotesco y lo sublime” como la concibió Víctor Hugo. El autor de las “Flores
del mal” la observa en el Destino y el Azar, allá va “sembrando el azar, el
desastre y el júbilo. La belleza que descubre al poeta “todo lo gobierna sin
responder a nada” y se burla de los muertos que pisa. De sus joyas el Horror,
de sus dijes el Crimen, ese que “danza lleno de amor en tu vientre orgulloso.”
La belleza, también vive allí donde el amante jadeante “parece un moribundo que
acaricia su tumba.”
En fin, proceda del cielo o del
infierno, la Belleza es un “monstruo enorme, ingenuo y espantoso”. Ángel o
Sirena. Por ella el mundo es menos feo y el tiempo menos largo”. Muda, soberbia
y humilde la belleza habita en los insólitos paraísos terrestres y su presencia
constante sale de los espacios sórdidos de la ciudad, de los lugares secretos o
públicos donde se comete el crimen o aparece en su íntima realidad el horror.
Octavio Paz, a partir precisamente de la redefinición de Baudelaire entiende lo
que es el horror y vale, por su precisión, la cita: “No en valde Baudelaire
dice que su espíritu ha sido hechizado por el vértigo. El horror es un vértigo,
un vacío: sentimos un mareo y nos desplomamos. El horror es la caída, en el
sentido teológico de la palabra. Nace con la sorpresa, es un asombro ante algo
-ser u objeto- que nos espanta. Así, uno de los ingredientes del horror es lo
insólito, lo nunca visto. El horror nos inmoviliza porque está hecho de un
sentimiento contradictorio: espanto y seducción, repulsión y atracción, el
horror es una fascinación…El horror es la inmovilidad, el gran bostezo del
espacio vacío, es la matriz femenina y el agujero de la tierra, la Madre
universal y el gran pudridero, el Cero y su doble faz, la del nacimiento y la
de la aniquilación. Ante el horror no nos queda el recurso de la huida ni el
del combate sino la adoración o el exorcismo.” En los dos extremos vivió el
espíritu de Baudelaire. La belleza baudelairiana nace de lo real como elemento
exterior o construcción imaginaria de nuestro ser consciente. El poeta escucha
y observa el devenir y el acontecer de la vida humana, donde la muerte -esa
trabajadora infatigable de la que hablara Lucrecio- ejerce sus oficios, por ejemplo,
en la plaza, en el lecho del amante o del moribundo.
Más que una simple dualidad
Baudelaire comprende lo bello como una correspondencia entre el loado cielo de
la tradición y los espectáculos presentes de la tierra. Le interesa la belleza
absoluta, pura, aquella que “se manifiesta por el éxtasis del alma en absoluto
ajena a las pasiones”, pues estas no son más que “la embriaguez del corazón, y
de la verdad, que es el pan del intelecto.” En este sentido, alejado del
romanticismo imperante en su época, señala que “la sensibilidad del corazón no
es absolutamente favorable al trabajo poético. Una extrema sensibilidad del
corazón puede llegar a anularla.” Para Baudelaire “sólo la imaginación contiene
a la poesía”. Y dado que la imaginación es de naturaleza diversa, ésta “sabe
elegir, comparar, huir de esto y buscar aquello; todo con rapidez, con
espontaneidad.” De la correspondencia entre lo trascendente (infinito) y lo
terreno nace la belleza que descubre Baudelaire al observar con su espíritu de
fuego hacia adentro y hacia afuera, ese espacio que es la vida humana “a lo
largo del desierto de la historia.”
El poeta Charles Baudelaire no
busca mejorar o enseñar nada y menos encontrar la verdad en una sociedad
“narcisista” que se empeñaba en alabar a “Monseñor progreso y a la muy poderosa
doña Industria.” El poeta que pretende conseguir un fin moral, con ello
disminuye su fuerza poética; no será arriesgado apostar que su obra será mala.”
Y agrega: “la poesía no puede, a riesgo de morir o de desviarse, asimilarse a
la ciencia o a la moral; no tiende a la Verdad como objetivo, no se tiene sino
a Ella misma.” El poeta parisino piensa y escribe a mediados del siglo XIX
sobre la estética en un mundo dominado por el naturalismo, ciertos remedos del
romanticismo y algunos anuncios del simbolismo. La crítica literaria era
ejercida por Charles Agustín Sainte-Bauve, quien buscaba la intención poética y
las cualidades personales de tal o cual escritor para explicar su obra e
Hippolyte Taine, teórico del naturalismo.
Nuestro poeta y pensador expuso
sus ideas estéticas, especialmente sobre la pintura que observaba en los
salones y exposiciones. Entendió que el goce estético tiene algo de “eterno” y
“transitorio”, de “absoluto” y “particular”, es decir, que la belleza se expresa
de formas distintas. Además de tener un origen individual “lo bello es siempre
raro”, pensó, de acuerdo a las costumbres, los hábitos de los pueblos y del
temperamento de cada artista. Defendió la libertad de creación y advirtió lo
difícil de la creación.
Observó los vasos comunicantes
entre la pintura y la poesía: “Igual que nuestro Eugenio Delacroix, que ha
sabido exaltar su arte a las cumbres de la gran poesía, Edgar Poe siente
complacencia porque sus figuras se mueven sobre fondos violáceos y verdosos,
donde se acusan los tonos fosforescentes de la podredumbre y el olor de la
tempestad.” Baudelaire comenta con lúcida agudeza a Coubert, Guys, Brummel,
Manet, Delacroix, entre otros pintores y caricaturistas de su tiempo. Él mismo
fue un buen dibujante.
Es necesario destacar que
Baudelaire comprendió que la correspondencia universal significa perpetua
metamorfosis, que una metáfora es metáfora de otra, por ello pudo escribir: “no
es sorprendente que la verdadera música sugiera ideas análogas en cerebros
diferentes; lo sorprendente sería que el sonido no sugiriese el color, que los
colores no pudiesen dar una idea de una melodía y que los sonidos y los colores
no pudiesen traducir ideas; desde el día que Dios profirió al mundo como una
indivisible y compleja totalidad.”
El poeta y pensador Baudelaire
sabía, lo escribió en varias ocasiones, que el acto de descifrar la realidad
era cifrarla de nuevo. De ahí su insistencia en señalar la poesía como un
lenguaje que se vasta a sí mismo; lenguaje que implica el poeta y al lector,
estos, ha escrito O. Paz, no son sino dos momentos existenciales del lenguaje:
“Si es verdad que ellos se sirven del lenguaje para hablar -anota Paz- también
lo es que el lenguaje habla a través de ellos.” Hoy entendemos, con Marx, que la
totalidad -lo concreto- es una unidad de lo diverso y al hombre, no lo
entendemos como una identidad en sí mismo sino como un YO dividido, escindido,
según Laing. De ahí la precisión de Paz: “La poética de la analogía sólo podía
nacer de una sociedad fundada -y roída- por la crítica.” La analogía en tanto
se funda en relaciones de semejanza entre cosas distintas, no es más que una
estética de las correspondencias. Y el maestro revelador es Baudelaire, cuyos
aportes fueron decisivos para apreciar y entender la poesía moderna y
contemporánea.
Nos quedan varios aspectos de la
poética baudelairiana en el tintero que no tocamos por los límites que nos
imponemos, pero que con lo que hemos indicado logramos destacar lo esencial de
la poética de nuestro Charles Baudelaire.